viernes, 2 de octubre de 2020

Berrinche en cuarentena; uno de tantos


Dibujos de CF, 11 años.


Mi hijo CF tiene 11 años. Posee la condición de Síndrome de Asperger, por lo que su desarrollo socio-afectivo y emocional es distinto al de niños típicos.

Durante la cuarentena se le activó con intensidad un trastorno obsesivo-compulsivo relacionado con el miedo a contaminarse de coronavirus, gérmenes y bacterias. De modo que en su pensamiento él cree fielmente en que todo a su alrededor está contaminado. Su conducta es la de rechazar el contacto físico con quienes convive, así como con las cosas ajenas. Sólo confía en usar ciertos objetos personales. El lavado de manos se ha convertido en compulsivo (basta un roce mínimo con algo que le desagrada), para lavarse con ahínco. En lo emocional, siente asco y se irrita fácilmente. Tiende a expresar su rabia y frustración con berrinches.


Y si lidiar con el berrinche de un niño de 3 años o menos es ya un problema... Imagínense la situación con un preadolescente.


Quiero compartir con ustedes cómo enfrentamos CF y yo uno de los berrinches más recientes.


Fecha: 30-9-2020

Causa: CF estaba totalmente desnudo. Le pedí que se pusiera interiores (calzoncillos) y ropa limpia que tenía en su gavetero. Se rehusaba a vestirse, arguyendo que toda la ropa estaba sucia y que yo debía lavarme las manos antes de tocarla. Además, tendría que lavarme las manos para tocar cada una de las otras cosas que utilizaría (ponchera, taza de jabón, lavadora...).

Mi reacción habitual: hacer lo que él pide.

Mi reflexión: no puedo seguir comportándome como su esclava. Tengo que dejar que él grite y patalee hasta que se dé cuenta de que debe hacer las cosas por sí mismo. Le hago un daño si no le doy oportunidad para ser autónomo.

Mi respuesta: calmada desde mi asiento en el comedor, le dije que él mismo escogiera y lavara su ropa.

Su reacción: gritos, pataletas, amenazar con matarse, quejarse de que la ropa está contaminada. En eso pasaron cerca de 10 minutos.

Yo continuaba tranquila. Pero ya comenzaba a perder la paciencia. Tomé las llaves de la casa diciendo que me iba por un rato, hasta que ambos nos tranquilizácemos. Me imploró gritando que no me fuera. Volví a mi asiento en silencio.

La solución:

A los pocos minutos él mismo propuso un trato: vestirse con su ropa de juegos, sin calzoncillos, para bajar a la lavandería del edificio. Él mismo llevaría su ropa y yo manipularía la lavadora. Acepté.

Se tranquilizó, se vistió, seleccionó lo que iba a lavar. Juntos bajamos y lavamos la ropa. Era la primera vez, después de 6 meses que CF salía del apartamento y disfrutó pasear por las áreas comunes del edificio. 

Más tarde, él mismo tendió su ropa y se cambió cuando ya estuvo seca.

La recompensa:

‌Satisfacción para ambos.

‌Disfrutar de una película en casa al anochecer.

Cada día ocurre al menos una situación similar, con mayor o menor magnitud. El motivo, por lo general, es impredecible. Eso es habitual con el Síndrome de Asperger. 


La enseñanza que me deja es que debo estar preparada, atenta a cada circunstancia y mantener la calma. Antes de estallar de ira, es preferible salir de la situación por unos minutos, tranquilizarse. Eso dará tiempo para que tanto un@ como el niño piensen en una mejor alternativa de solución.


La batalla es diaria.


Hasta la próxima.🙂

martes, 19 de marzo de 2019

El placer de pensar no es sólo para genios




De las habilidades de CF, mi hijo, para el razonamiento lógico nunca he tenido dudas. Desde muy temprano dio muestras de su interesante forma de entender las cosas. Recuerdo la vez en que veníamos en el viaje de regreso desde Juangriego, en una Van que nos transportaba hacia el aeropuerto de Porlamar (Isla de Margarita, Venezuela). En el asiento delante nuestro iba de pie, recostado del espaldar y viendo hacia CF, un niño pequeño de unos dos años o tal vez menos. Lo miraba en silencio, al parecer más interesado en los animalitos de juguete de CF que en su persona. CF, sentado en el asiento de la ventana interrumpió su juego para mirar al niño que lo miraba. “¿Por qué no hablas?”, preguntó CF casi exasperado por el silencio del pequeño. “Di algo”, increpó. El niño bajó a sentarse, desapareciendo por unos minutos de la vista. Al rato apareció de nuevo, esta vez con un chupón en la boca. “¡Ah!, tienes chupón. Eres un bebé. Con razón no hablas”.

Es uno de los más claros razonamientos silogísticos que recuerdo de CF, quien para ese momento contaba con cuatro años y cuatro meses. Pero una hora antes de eso, el mismo CF había empezado a engancharse en una pequeña batalla con otros niños por la defensa egocéntrica de sus  animalitos de plástico.

Así, podría relatar otros episodios de precocidad, si puede decirse. Pero el más reciente, al momento de escribir esto, sucedió hace una semana. Aburrido durante un apagón, sin poder ir al colegio, ni jugar con la tablet o la computadora, CF sacó las bolas de su mini-pool. Siempre le habían interesado los colores distintos de los pares de bolas y se preguntaba por qué el ocho era el único negro. Yo terminaba de arreglar mi cuarto cuando CF fue a buscarme con el entusiasmo que causa el haber tenido una gran revelación: “Si sumas 8 a cada bola de un número menor, te da el número de la otra bola del mismo color”. “¿Qué?”, le pregunté, pues no sabía a qué se estaba refiriendo. “Las bolas de pool. Fíjate. El uno es amarillo. Si le sumas 8, tienes 9, también amarillo. Por eso el ocho es el único negro”. Y continuó con los demás pares. En efecto,  el principio se aplicaba en todos los casos. A través de la observación de las cualidades de los objetos, CF pudo inferir regularidades entre ellos. Y más adelante, aplicó estrategias de razonamiento tales como la inferencia, para proponer la explicación de estas regularidades y demostrarla. Es un razonamiento basado en reglas. Una deducción.




Lo interesante de esto no es que un niño de casi 10 años haya podido hacer una deducción, pues en teoría las personas poseemos las reglas de una lógica mental (Garnham y Oakhill, 1996) y los niños en edad escolar muestran competencia para mezclar lo informalmente aprendido con lo formalmente enseñado (Brush, 1972; citado por Flavell, 1984). El detalle crucial es que la anécdota nos permite observar algunas condiciones que suelen estar presentes en el “descubrimiento” de estas reglas.

Primero, un momento o situación de relajación (en el caso de CF: aburrimiento), en el que el individuo pueda “ver” cosas que usualmente son ensombrecidas por presiones cotidianas. “No hay videojuegos; juguemos con las bolas de pool”.

Segundo, el interés por un problema; es decir, la atención puesta en identificar la relación oculta entre dos o más aspectos de la realidad (intuir que falta información; algo que no está a la vista). “Entendiendo que el boche es la única bola blanca, ¿por qué las demás bolas están en pares de colores y el 8 es la única bola negra?”

Tercero, la postulación de alguna explicación posible acerca de esa relación. “Después del ocho simplemente se repite la secuencia de colores” o “si sumas 8 a cada bola de número menor, el resultado va en la bola del mismo color”.

Cuarto, tiempo para concentrarse mientras comprueba la explicación propuesta, a través de diferentes operaciones mentales.  “La primera explicación no me satisface, pues no me indica por qué el ocho sigue sin pareja. Debe tener una función. Voy con la segunda explicación”; “calculo 1 + 8 = 9; compruebo colores: 1 y 9 son amarillos”.

Quinto, disposición o motivación para persistir en la tarea mental. La motivación para mantenerse en la resolución del problema se alimenta con los éxitos que se van teniendo a medida que se resuelven fases intermedias.   “Calculo el resto de números y compruebo que el principio se mantiene: por ejemplo, 4 + 8 = 12; 4 y 12 son morados”.

Sexto y, finalmente, el insight, la revelación, el momento de resolución en que se tiene la certeza de haber encontrado la información que faltaba. El insight se acompaña de un sentimiento de satisfacción que puede ser variable, dependiendo del interés en el problema. “¡Sí, lo encontré!”.

Durante la tercera infancia (7-11 años, aproximadamente), el niño en edad escolar posee en mayor medida que el preescolar, una actitud cuantitativa hacia tareas y problemas cognitivos (Flavell, 1984). Esto quiere decir que puede comprender que ciertos problemas tienen soluciones precisas, específicas, potencialmente cuantificables, las cuales se pueden alcanzar a través de un razonamiento lógico y operaciones de medición bien definidas. 

CF entendió que si las bolas de pool estaban numeradas y coloreadas según su valor, entonces, debía existir una relación numérica, cuantificable, entre el valor y el color. Pero esa relación no era simplemente ordinal, es decir, no atendía a una secuencia arbitraria: el 1 y el 9 no son amarillos porque es el primer color de la secuencia (juicio perceptivo), sino porque 9 es el resultado de sumar 1 con 8 (juicio numérico). En tal sentido, CF estaba realizando una inferencia conceptual.

Para concluir, me permito citar nuevamente a Favell (1984), quien ofrece una explicación a este fenómeno:

El niño en edad escolar (…) tiene una mejor concepción general de que ciertas situaciones constituyen “un problema" y de que otras, en cambio, no lo constituyen, que las situaciones problemáticas requieren  razonamiento, medición y otras formas de actividad intelectual y, además, que el tipo correcto de actividad producirá una situación satisfactoria, posiblemente única, para el problema (p. 103).




Prestemos atención a estos momentos en que nuestros hijos descubren cómo se relacionan las cosas. Ayudemos a que disfruten el placer de pensar.

Referencias:
Flavell, J.H. (1984). El desarrollo cognitivo. Madrid, España: Visor Libros.
Garnham, A. y Oakhill, J. (1996). Manual de psicología del pensamiento. Barcelona, España: Paidós.

martes, 27 de octubre de 2015

APRENDIENDO JUNTOS A GANAR CONTROL EMOCIONAL



Los doctores Berry Brazelton y Joshua Sparrow, en su libro "El método Brazelton. La disciplina" (2003), sostienen que muchas veces los niños pequeños se asustan debido a la intensidad de sus propios sentimientos. Esto hace que sus comportamientos se desborden y los padres se enfurezcan también.

Para manejar las crisis de ira en nuestros niños y niñas, el principio clave es aprender a controlar nuestra propia emoción. Como en todo aprendizaje, se requiere de motivación, práctica y constancia. Brazelton y Sparrow recomiendan:

1. Ayudar al niño o niña a sentirse seguro(a) al experimentar sus emociones, hasta que pueda hacerlo por sí mismo(a). 

2. Distinguir diversas emociones.

3. Reconcocer las relaciones entre emociones y situaciones particulares.

4. Identificar y nombrar sentimientos.

5. Identificar y prever aquello que desencadena las emociones.

6. Encontrar maneras de tranquilizarse o expresar emociones.

7. Pedir ayuda cuando la necesita para manejar sentimientos.

8. Aceptar y valorar  los sentimientos, pues son parte de su ser.

Podemos poner en práctica todas estas sugerencias a través de actividades sencillas y cotidianas. Por ejemplo, podemos leer cuentos y hacer teatro, sea con títeres o actuando nosotros mismos con nuestros(as) niños(as) y luego comentar acerca de lo que sucedió en la historia: ¿cómo se sentían los personajes?, ¿por qué se sentían así?, ¿cómo expresaron sus sentimientos?, ¿qué ocurrió después?, ¿cómo se resolvió la situación?, etc.

Es fácil. ¡Podemos lograrlo!


sábado, 10 de octubre de 2015

¡ALERTA!: ¡BERRINCHE!

Lo vemos venir: los ojos se han puesto vidriosos en fracciones de segundo, el rostro se tornó rojo y comenzó a contraerse mientras la boca se abre preparándose para soltar un alarido escabroso. La mezcla de grito y llanto no se hace esperar. Se acompaña de golpes, pataletas y, con frecuencia, el tradicional revuelco en el suelo. 

Nos angustiamos y creemos que no podemos resolverlo. ¿Cómo puede un niño tan pequeño originar una crisis tan desproporcionada? 


Amig@s, es normal. Ocurre todos los días y a tod@s l@s niñ@s les pasa. Los berrinches forman parte del repertorio natural de la conducta infantil.


¿Cómo podemos enfrentar exitosamente un berrinche? Aquí les dejo algunas recomendaciones:



1. Observar muy bien al niño para identificar la posible causa del berrinche: frustración por algo que perdió o se le quitó, ira, hambre, sueño, manipulación, entre otras.


2. Llevarlo a un lugar seguro para que pueda desahogarse. Si no lo hay, cargarlo y sacarlo del lugar donde se inició el berrinche (técnica del "tiempo fuera"). Explicarle que estará en ese lugar durante un tiempo, hasta que se calme.


3. Hablarle mientras se desahoga, explicándole que usted entiende su molestia, pero que sólo le prestará atención cuando se calme. Esto ayudará al niño a distinguir sus sensaciones y emociones durante y después del berrinche, de manera que aprenda a utilizar palabras para expresarse cuando vuelva a experimentar la frustración.


4. Abrazarlo o felicitarlo cuando se calma. Al mismo tiempo, aprovechar para describirle la sensación de bienestar que tiene en este momento. Por ejemplo: "estabas muy bravo y te sentías mal, ahora estás tranquilo, te sientes mejor, ¿verdad?. Ya pasó".





No sea blando. Tenga en cuenta lo siguiente:


Nunca debe darle al niño lo que pide. Éste entenderá que su petición es inaceptable.


Ignore sus expresiones. Déjelo gritar y llorar en su lugar seguro. Llegará el momento en que se tranquilice.


Tenga siempre paciencia y constancia. Evite flaquear o alterarse con violencia. No se salga de sus casillas. Es mejor que usted salga de la situación (tiempo fuera) en vez de engancharse con el berrinche del niño.


Póngase de acuerdo con los demás adultos cuidadores, en cuanto |a la forma de manejar los berrinches. Si usted decide una cosa y otro adulto se la anula, el niño sabrá a quién más montarle el "show" y no servirán sus buenos intentos.


Demuéstrele cariño más a menudo, no sólo porque se calma. Los niños necesitan el alimento de las caricias para sentirse seguros y ganar auto-estima.


Con estas recomendaciones, espero que puedan resolver más de un berrinche. Verán que ustedes ganarán más confianza en sus propias capacidades y estarán más dispuestos a expresar amor a sus hijos.


¡Hasta la próxima!

miércoles, 16 de abril de 2014

EL NIÑO QUE COME MAL



¿Tienes problemas porque tu niño o niña "come mal", "no come" o "no quiere comer"?
¿Es una "lucha" hacer que coma?

Te recomiendo leer este artículo del Dr. Jesús Garrido García:

http://www.mipediatraonline.com/consultas-mas-frecuentes/dieta-sana/el-nino-que-come-mal

Espero te sea útil.

Saludos, Zulme Lomelli


lunes, 10 de junio de 2013

¿CÓMO AYUDO A ELEVAR LA AUTOESTIMA DE MIS HIJOS?


La autoestima es el grado en que uno se quiere a sí mismo. Le atribuimos un valor (positivo, negativo, alto, mediano o bajo) a nuestras características personales, como si nos midiéramos con una regla y nos colocásemos en un punto determinado de ella. En este sentido, la autoestima implica conocer las cualidades y defectos que uno tiene.

Desde muy temprano, formamos nuestra autoestima a partir de la interacción con otras personas, a través de varias fuentes:

  1. Los adultos del contexto cercano (padres, maestros, familiares) transmiten mensajes sobre las características de los niños: “linda”, “inteligente”, “simpático”, “terrible”, “travieso”…  Los niños van absorbiendo todos estos mensajes y así se van formando una imagen de quiénes son y cómo son ellos. Por otra parte, los adultos también son los primeros modelos que los niños tienen a imitar.

  1. Los otros niños (en escuela, juegos) actúan también como transmisores y modelos, pero además son puntos de comparación, sobre todo si tienen la misma edad: “él es más avispado que yo”; “yo soy más inteligente que tú”, “los demás son más divertidos que yo”…

  1. A través de la socialización, aprendemos los valores adoptados por nuestra cultura (familia, escuela, medios de comunicación, etc.). La sociedad nos indica cuáles características personales son aceptables y cuáles no son deseables.

¿Cuáles son las ventajas y desventajas de los extremos de la autoestima?

Tendemos a creer que una alta autoestima es deseable porque dispone a la persona para producir y relacionarse mejor con los demás. Se asocia con bienestar, mejor salud, satisfacción y éxito. Sin embargo, cuando la autoestima es muy alta, se corre el riesgo de tener metas demasiado optimistas que pueden resultar inalcanzables, una personalidad arrogante que genere problemas de adaptación a grupos (por creer que los demás son menos eficientes) y carencia de empatía (lo cual haría difícil el establecimiento de vínculos duraderos y confiables a lo largo de la vida).

Por otra parte, una baja autoestima suele considerarse desfavorable para la producción y el desempeño exitoso del individuo en el logro de sus metas. Se asocia con malestar, inconformidad, enfermedad y estancamiento. La baja autoestima es una desventaja en sí misma.

Una muy baja autoestima puede relacionarse con el desarrollo de problemas emocionales (depresión, suicidio), personalidad vulnerable o sumisa (víctimas fáciles), poco poder para tomar decisiones y dificultad para sostener una vida independiente.

¿Cómo podemos ayudar a elevar la autoestima de nuestros hijos?



- Aumentar el contacto cariñoso: abrazar, besar, decir “te amo” con más frecuencia.

- Elogiar sus pequeños y sus grandes logros, aun cuando pensemos que su deber es hacer las cosas bien.

- Aumentar nuestra comunicación. Hablarles más, sermonear menos. Mientras mejor nos comuniquemos, más fuerte será la confianza entre nosotros.

- Apoyarlos para enfrentar el fracaso (acompañarlos en sus aprendizajes, revisar los errores, enseñarles a corregirlos, orientarlos para empezar de nuevo).

- Evitar las descalificaciones y las comparaciones (usualmente, las personas con baja autoestima se sitúan en el lado desfavorecido; por eso se sienten disminuidas).

- LO MÁS IMPORTANTE: aceptarlos como son. Si logramos esto, la consecuencia es que se aceptarán a ellos mismos, serán personas orgullosas y felices.

¡Empecemos hoy!