De las habilidades de CF, mi hijo, para el razonamiento
lógico nunca he tenido dudas. Desde muy temprano dio muestras de su interesante
forma de entender las cosas. Recuerdo la vez en que veníamos en el viaje de
regreso desde Juangriego, en una Van que nos transportaba hacia el aeropuerto de
Porlamar (Isla de Margarita, Venezuela). En el asiento delante nuestro iba de
pie, recostado del espaldar y viendo hacia CF, un niño pequeño de unos dos años
o tal vez menos. Lo miraba en silencio, al parecer más interesado en los
animalitos de juguete de CF que en su persona. CF, sentado en el asiento de la
ventana interrumpió su juego para mirar al niño que lo miraba. “¿Por qué no
hablas?”, preguntó CF casi exasperado por el silencio del pequeño. “Di algo”,
increpó. El niño bajó a sentarse, desapareciendo por unos minutos de la vista.
Al rato apareció de nuevo, esta vez con un chupón en la boca. “¡Ah!, tienes
chupón. Eres un bebé. Con razón no hablas”.
Es uno de los más claros razonamientos silogísticos que
recuerdo de CF, quien para ese momento contaba con cuatro años y cuatro meses.
Pero una hora antes de eso, el mismo CF había empezado a engancharse en una
pequeña batalla con otros niños por la defensa egocéntrica de sus animalitos de plástico.
Así, podría relatar otros episodios de precocidad, si puede
decirse. Pero el más reciente, al momento de escribir esto, sucedió hace una
semana. Aburrido durante un apagón, sin poder ir al colegio, ni jugar con la tablet o la computadora, CF sacó las
bolas de su mini-pool. Siempre le habían interesado los colores distintos de
los pares de bolas y se preguntaba por qué el ocho era el único negro. Yo
terminaba de arreglar mi cuarto cuando CF fue a buscarme con el entusiasmo que
causa el haber tenido una gran revelación: “Si sumas 8 a cada bola de un número
menor, te da el número de la otra bola del mismo color”. “¿Qué?”, le pregunté,
pues no sabía a qué se estaba refiriendo. “Las bolas de pool. Fíjate. El uno es
amarillo. Si le sumas 8, tienes 9, también amarillo. Por eso el ocho es el
único negro”. Y continuó con los demás pares. En efecto, el principio se aplicaba en todos los casos.
A través de la observación de las cualidades de los objetos, CF pudo inferir
regularidades entre ellos. Y más adelante, aplicó estrategias de razonamiento tales
como la inferencia, para proponer la explicación de estas regularidades y
demostrarla. Es un razonamiento basado en reglas. Una deducción.
Lo interesante de esto no es que un niño de casi 10 años
haya podido hacer una deducción, pues en teoría las personas poseemos las
reglas de una lógica mental (Garnham y Oakhill, 1996) y los niños en edad
escolar muestran competencia para mezclar lo informalmente aprendido con lo
formalmente enseñado (Brush, 1972; citado por Flavell, 1984). El detalle
crucial es que la anécdota nos permite observar algunas condiciones que suelen
estar presentes en el “descubrimiento” de estas reglas.
Primero, un
momento o situación de relajación (en el caso de CF: aburrimiento), en el que
el individuo pueda “ver” cosas que usualmente son ensombrecidas por presiones
cotidianas. “No hay videojuegos; juguemos con las bolas de pool”.
Segundo, el
interés por un problema; es decir, la atención puesta en identificar la
relación oculta entre dos o más aspectos de la realidad (intuir que falta
información; algo que no está a la vista). “Entendiendo que el boche es la
única bola blanca, ¿por qué las demás bolas están en pares de colores y el 8 es
la única bola negra?”
Tercero, la
postulación de alguna explicación posible acerca de esa relación. “Después del
ocho simplemente se repite la secuencia de colores” o “si sumas 8 a cada bola
de número menor, el resultado va en la bola del mismo color”.
Cuarto, tiempo
para concentrarse mientras comprueba la explicación propuesta, a través de
diferentes operaciones mentales. “La
primera explicación no me satisface, pues no me indica por qué el ocho sigue
sin pareja. Debe tener una función. Voy con la segunda explicación”; “calculo 1
+
8 = 9; compruebo colores: 1 y 9 son amarillos”.
Quinto,
disposición o motivación para persistir en la tarea mental. La motivación para
mantenerse en la resolución del problema se alimenta con los éxitos que se van
teniendo a medida que se resuelven fases intermedias. “Calculo el resto de números y compruebo que
el principio se mantiene: por ejemplo, 4 + 8 = 12; 4 y 12 son morados”.
Sexto y,
finalmente, el insight, la
revelación, el momento de resolución en que se tiene la certeza de haber
encontrado la información que faltaba. El insight
se acompaña de un sentimiento de satisfacción que puede ser variable,
dependiendo del interés en el problema. “¡Sí, lo encontré!”.
Durante la tercera infancia (7-11 años, aproximadamente), el
niño en edad escolar posee en mayor medida que el preescolar, una actitud cuantitativa hacia tareas y
problemas cognitivos (Flavell, 1984). Esto quiere decir que puede comprender
que ciertos problemas tienen soluciones precisas, específicas, potencialmente
cuantificables, las cuales se pueden alcanzar a través de un razonamiento
lógico y operaciones de medición bien definidas.
CF entendió que si las bolas de pool estaban numeradas y
coloreadas según su valor, entonces, debía existir una relación numérica,
cuantificable, entre el valor y el color. Pero esa relación no era simplemente
ordinal, es decir, no atendía a una secuencia arbitraria: el 1 y el 9 no son
amarillos porque es el primer color de la secuencia (juicio perceptivo), sino
porque 9 es el resultado de sumar 1 con 8 (juicio numérico). En tal sentido, CF
estaba realizando una inferencia conceptual.
Para concluir, me permito citar nuevamente a Favell (1984),
quien ofrece una explicación a este fenómeno:
El niño en edad escolar (…) tiene
una mejor concepción general de que ciertas situaciones constituyen “un problema"
y de que otras, en cambio, no lo constituyen, que las situaciones problemáticas
requieren razonamiento, medición y otras
formas de actividad intelectual y, además, que el tipo correcto de actividad
producirá una situación satisfactoria, posiblemente única, para el problema (p.
103).
Prestemos atención a estos momentos en que nuestros hijos
descubren cómo se relacionan las cosas. Ayudemos a que disfruten el placer de
pensar.
Referencias:
Flavell, J.H. (1984). El
desarrollo cognitivo. Madrid, España: Visor Libros.
Garnham, A. y Oakhill, J. (1996). Manual de psicología del pensamiento. Barcelona, España: Paidós.
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