Si la familia es el grupo de personas con quienes crecemos y nos formamos como seres humanos, si guardamos entre los miembros lazos indisolubles de sangre y afecto, ¿por qué no siempre nos llevamos bien entre nosotros?
A partir de las observaciones empíricas en la consulta, propongo cuatro hipótesis:
a)
Invasión del territorio. De la misma forma en que la agresividad por defensa del territorio se manifiesta en animales salvajes, a las personas se nos despierta la agresividad cuando algún miembro de nuestra familia invade nuestra privacidad, desafiando los límites de nuestra individualidad y pretendiendo que, como somos familia, tiene todo el derecho de entrar en este terreno. Cada miembro busca proteger sus propiedades (recuerden esas puertas de las habitaciones de algunos muchachos en que un letrero nos advierte “prohibido el paso”). Al mismo tiempo, hay grupos familiares en los que se observan fallas en el establecimiento de límites y, cuando esto ocurre, pueden generarse competencias por el espacio y rivalidades (p.ej., rivalidades entre hermanos, rivalidades madre-hija, etc.). Típicos casos son aquellos en los que “todo es para todos” y cuando los bienes escasean, ocurren las confusiones y las peleas (se acaba el queso y piden la horca para quien se comió el último pedacito).
b)
Estilos de relación autoritarios, organización jerárquica y confusión de roles. Es un hecho que los estilos de relación en que los padres asumen un rol autoritario y rígido, inducen a comportamientos extremos de sumisión o rebeldía y difícilmente permiten la manifestación de afecto entre padres e hijos. Los estilos de relación autoritarios, basados en la jerarquía del rol, alimentan el miedo y el rencor tanto en los hijos (temor al castigo) como en los mismos padres (temor a la sublevación y al desacato). La comunicación en estas familias se reduce al seguimiento de normas y al mantenimiento de la obediencia. No obstante, la ventaja de la organización jerárquica radica en que los roles están bien definidos y los padres pueden satisfacer algunas necesidades primarias de los hijos (en especial las de alimentación y abrigo). Por otra parte, cuando los roles no están bien definidos en la familia, ocurre más o menos el problema de la invasión del territorio. Los miembros de estas familias actúan alternadamente como padres e hijos y, al momento de hacer cumplir la autoridad o alguna norma, ni los padres saben cómo lograrlo ni los hijos saben a qué se están refiriendo los padres.
c)
Fallas en la confianza: también relacionado con los dos puntos anteriores. Por una parte, está la desconfianza, que ocurre cuando el estilo de relación es altamente autoritario y rígido. En estos casos, algunos miembros pueden sentir miedo, rabia y desesperanza, por lo que evitan resolver los problemas con los otros y buscan apoyo fuera de la familia. Por otra parte, nos encontramos con el abuso de confianza, muy común cuando los límites son borrosos. Y, como dicen en mi pueblo, “la confianza da asco”.
d)
Fallas en la comunicación. Durante la historia del grupo familiar, los miembros pueden haber aprendido malos hábitos comunicacionales (p.ej., tendencia a enfrentar los asuntos discutiendo, quejarse en exceso, falta de interés en lo que el otro dice, reservarse información, etc.). Como se trata de hábitos, los miembros los ejecutan en forma automática y sólo se dan cuenta de ellos cuando se les muestran grabaciones de estos comportamientos. Un cambio simple y acertado en las formas de comunicación, puede ser la clave para la resolución de un problema mayor en las relaciones familiares.
ATENCIÓN: el sábado 06 de octubre, estaré dictando el taller: ARMONÍA EN CASA, donde compartiré algunas orientaciones prácticas para el manejo de conflictos en el ambiente familiar. El evento será en el Ateneo de Caracas, desde las 9:00 a.m. hasta la 1:00 p.m. Las personas interesadas pueden escribirme al correo
psicologa.sos@gmail.com para solicitar información sobre las inscripciones. Estaremos en contacto, ¡hasta la próxima!