La autoestima es el grado
en que uno se quiere a sí mismo. Le atribuimos un valor (positivo, negativo, alto,
mediano o bajo) a nuestras características personales, como si nos midiéramos
con una regla y nos colocásemos en un punto determinado de ella. En este
sentido, la autoestima implica conocer las cualidades y defectos que uno tiene.
Desde muy temprano, formamos nuestra autoestima a partir de la
interacción con otras personas, a través de varias fuentes:
- Los adultos
del contexto cercano (padres, maestros, familiares) transmiten mensajes
sobre las características de los niños: “linda”, “inteligente”,
“simpático”, “terrible”, “travieso”…
Los niños van absorbiendo todos estos mensajes y así se van
formando una imagen de quiénes son y cómo son ellos. Por otra parte, los
adultos también son los primeros modelos que los niños tienen a imitar.
- Los otros niños
(en escuela, juegos) actúan también como transmisores y modelos, pero
además son puntos de comparación, sobre todo si tienen la misma edad: “él
es más avispado que yo”; “yo soy
más inteligente que tú”, “los demás son más divertidos que yo”…
- A través de la socialización,
aprendemos los valores adoptados por nuestra cultura (familia, escuela,
medios de comunicación, etc.). La sociedad nos indica cuáles
características personales son aceptables y cuáles no son deseables.
¿Cuáles son
las ventajas y desventajas de los extremos de la autoestima?
Tendemos a creer que una alta autoestima es deseable porque dispone a la persona para producir y
relacionarse mejor con los demás. Se asocia con bienestar, mejor salud,
satisfacción y éxito. Sin embargo, cuando la autoestima es muy alta, se corre el riesgo de tener metas demasiado optimistas que pueden
resultar inalcanzables, una personalidad arrogante que genere problemas de
adaptación a grupos (por creer que los demás son menos eficientes) y carencia de
empatía (lo cual haría difícil el establecimiento de vínculos duraderos y
confiables a lo largo de la vida).
Por otra parte, una baja autoestima suele
considerarse desfavorable para la producción y el desempeño exitoso del
individuo en el logro de sus metas. Se asocia con malestar, inconformidad,
enfermedad y estancamiento. La baja autoestima es una desventaja en sí misma.
Una
muy baja
autoestima
puede relacionarse con el desarrollo de problemas emocionales (depresión,
suicidio), personalidad vulnerable o sumisa (víctimas fáciles), poco poder para
tomar decisiones y dificultad para sostener una vida independiente.
¿Cómo podemos
ayudar a elevar la autoestima de nuestros hijos?
- Aumentar el contacto cariñoso: abrazar, besar, decir “te amo”
con más frecuencia.
- Elogiar sus pequeños y sus grandes logros, aun cuando pensemos
que su deber es hacer las cosas bien.
- Aumentar nuestra comunicación. Hablarles más, sermonear menos.
Mientras mejor nos comuniquemos, más fuerte será la confianza entre nosotros.
- Apoyarlos para enfrentar el fracaso (acompañarlos en sus
aprendizajes, revisar los errores, enseñarles a corregirlos, orientarlos para
empezar de nuevo).
- Evitar las descalificaciones y las comparaciones (usualmente,
las personas con baja autoestima se sitúan en el lado desfavorecido; por eso
se sienten disminuidas).
- LO MÁS IMPORTANTE: aceptarlos como son. Si
logramos esto, la consecuencia es que se aceptarán a ellos mismos, serán personas
orgullosas y felices.
¡Empecemos hoy!